Alegría

Antón Chéjov

Eran las doce de la noche. Mitia Kuldarov, excitado, revuelto el pelo, entró como una tromba en casa de sus padres y se asomó a toda prisa por las habitaciones. Sus padres ya se estaban acostando. La hermana leía en la cama las líneas finales de la última página de una novela. Los hermanos, estudiantes de gimnasio, dormían.

¿De dónde vienes? –le preguntaron, sorprendidos, los padres–. ¿Qué te pasa?

¡Oh, no me lo pregunten! ¡No lo habría esperado nunca! ¡No me lo esperaba, no! ¡Esto... esto es hasta inverosímil!

Mitia soltó una carcajada y se sentó en un sillón; era tanta su dicha que ni podía mantenerse de pie.

¡Es increíble! ¡No se lo pueden imaginar! ¡Miren!

La hermana saltó del lecho y envolviéndose con una manta se acercó a su hermano. Los colegiales se despertaron.

¿Qué te ocurre? ¡Tienes la cara descompuesta!

¡Es de alegría, madre! Es que ahora me conoce toda Rusia. ¡Toda! Antes solo vosotros sabíais que existe el registrador colegiado Dmitri Kuldarov; ¡ahora lo sabe toda Rusia! ¡Madre! ¡Oh, Señor!

Mitia se levantó con rápido movimiento, se metió corriendo por todas las habitaciones y volvió a sentarse.

Pero ¿qué ha ocurrido? ¡Habla claro!

Ustedes viven como los animales del bosque, no leen periódicos, no prestan ninguna atención a la publicidad, ¡y tantas cosas admirables en los periódicos! Si algo ocurre, enseguida se sabe, no queda nada oculto. ¡Qué feliz soy! ¡Oh, señor! ¡Ya saben que en los periódicos se habla solo de las personas famosas; pues bien, han hablado de mí!

2

¡Qué dices! ¿Dónde?

El padre se quedó pálido. La madre dirigió la mirada al icono y se santiguó. Los colegiales saltaron de la cama y tal como iban, sin más ropa que sus cortas camisitas de dormir, se aproximaron a su hermano mayor.

¡Sí! ¡Han hablado de mí! Ahora de mí tienen noticias en toda Rusia. Guarde usted este periódico en recuerdo, madre. De vez en cuando lo leeremos. ¡Mire!

Mitia se sacó del bolsillo un periódico y lo alargó a su padre señalando con el dedo un lugar rodeado por un trazo de lápiz azul.

El padre se puso las gafas.

¡Venga, lea!

La madre miró el icono y se santiguó. El padre carraspeó un poco y empezó a leer:

El 29 de diciembre, a las once de la noche, el registrador colegiado Dmitri Kuldarov...

¿Lo ven, lo ven? ¡Siga!

... el registrador colegiado Dmitri Kuldarov, al salir de la cervecería de la calle Málaia Brónnaia, en la casa de Kozijin, y hallándose algo bebido...

Éramos Semión Petróvich y yo... ¡Se describe con todo detalle! ¡Continúe! ¡Siga! ¡Escuchad! —... hallándose algo bebido, resbaló y cayó bajo el caballo de un arriero, Iván Drótov, de la aldea de Duríkina, distrito de Yújnovo, que tenía su carruaje allí parado. El caballo se asustó, cayó por encima de Kuldarov y, arrastrando el trineo en el que iba sentado el mercader Stepán Lukov, de la segunda corporación de Moscú, se lanzó a todo correr por la calle, hasta que fue detenido por algunos porteros. Kuldarov, que se había quedado sin sentido, fue llevado a la comisaría y fue examinado por un médico. El golpe que recibió en la nuca...

Fue contra la vara, padre. ¡Siga! ¡Siga leyendo!

... que recibió en la nuca fue calificado de leve. Del suceso se ha levantado el correspondiente atestado. Al paciente se le ha prestado ayuda médica...

3

Me mandaron aplicar en el pescuezo paños mojados con agua fría. ¿Se han enterado ahora? ¿Eh? ¡Pues ya lo ven! La noticia corre por toda Rusia. ¡Venga el periódico!

Mitia tomó el periódico, lo dobló y se lo metió en el bolsillo.

Me voy corriendo a casa de los Makárov, se lo mostraré... Aún he de enseñarlo a los Ivánitski, a Natalia Ivánovna, a Anísim Vasílich... ¡Me voy corriendo! | Adiós!

Mitia se puso la gorra con escarapela y, lleno de alegría, con aire de triunfo, salió apresuradamente a la calle.