El castigo de los hombres

Mito kichwa, Ecuador

Cuando la Pacha-Mama recién había dado a luz al mundo, la vida para los hombres era muy agradable. La tierra era tan bondadosa que cualquier semilla que se sembrara brotaba en tres o cuatro días. Bastaba poner una cantidad de tierra sobre una placa de piedra y los granos nacían con facilidad. Hombres y mujeres tenían, además, dientes de marfil con los que podían masticar hasta huesos.

Entonces no existía la muerte, razón por la cual los runas se multiplicaron ampliamente. Pronto ya no hubo más lugar llano para habitar ni para sembrar, así que la gente se fue instalando hacia lo más alto de las montañas y cerros.

Por desgracia, la humanidad se sintió tan cómoda que dejó de valorar la vida, la palabra e incluso a la misma Pacha-Mama; razón por la que los dioses tuvieron mucha ira.

Ante las malas costumbres de los seres humanos, Atsil-Yaya y Pacha-Mama oscurecieron el brillo de Inti-Yaya, el sol, y pidieron a Puyu-Mama, la madre nube, que hiciera llover durante varios días para que los ingratos hombres murieran en un diluvio. Sin embargo, muchos consiguieron salvarse aferrados a los troncos que flotaban.

Ante la falta de éxito, los dioses pidieron al sol que hiciera llover fuego sobre la faz de la tierra. Como era de esperarse, casi toda la humanidad pereció. Pero una pareja de humanos y un perro consiguieron escalar el volcán Imbabura y salvarse.

Al poco tiempo la pareja tuvo hambre, así que imploraron a los dioses por alimento, pero no fueron escuchados. Con gran pesar, decidieron comerse al perro que los acompañaba.

El pobre animal también imploró ayuda, y las deidades fueron benevolentes con él. Justo cuando iba a ser sacrificado, los dioses dejaron caer a la tierra una mazorca de maíz. La pareja comió, alimentó al perro y guardó el resto para sembrar.

Esa noche, mientras el hombre y la mujer dormían, los dioses les quitaron los dientes de marfil, poniendo en su lugar blancos granos de elote, y los condenaron a padecer la muerte.

Por esta razón los hombres deben trabajar la tierra para alimentarse... y sufrir dolor de muelas.

Tomado de Al principio todo era magia (2018), Andarele Casa Editorial.