La curiosa historia del Jesús y el Judas de la Última Cena de da Vinci
La última cena (Il cenacolo) es el famoso fresco que pintó Leonardo da Vinci entre los años 1495 y 1497.
Leonardo tardó varios años en escoger a los modelos para su Última Cena. Muchos pintores coetáneos suyos repetían las figuras de una obra a otra si habían tenido éxito con ellas. Los modelos eran los mismos no importaba a quien representasen, pero Leonardo tenía otra forma de trabajar. Estudiaba la naturaleza y el aspecto de la figura que quería representar y luego, cuando sabía lo que quería, se dirigía a algún lugar en el que presumiblemente encontraría personas con esas características. Tomaba apuntes de sus rostros, movimientos y actitudes, y no cejaba hasta que encontraba el modelo que se ajustara a lo que tenía en mente.
En el caso de la Última Cena, eligió con especial cuidado a sus modelos. Cuenta la leyenda, que para el Jesucristo, Leonardo encontró a un joven que era exactamente lo que buscaba. El elegido trasmitía a la vez vida y fuerza espiritual. Durante seis meses posó como modelo para él.
Pasó el tiempo y aunque la obra estaba prácticamente acabada, el Prior de Santa Maria delle Grazie se impacientaba e incluso se quejó al Duque, Ludovico Sforza, que había encargado el fresco para el refectorio del convento, de que Judas aún no tenía cara. Según cuenta Vasari, Leonardo respondió que aún no había encontrado un modelo que reflejase en su cara la traición y depravación, pero que si el prior insistía en el tema, la cara de Judas sería la suya. La leyenda prosigue explicando que, finalmente, Leonardo se dirigió a la cárcel, al lugar donde estaban los condenados a muerte, para ver si encontraba a su modelo. Allí vio a un hombre que había cometido muchas atrocidades y al que iban a ajusticiar. Era exactamente lo que buscaba, su rostro reflejaba maldad, odio y villanía, tenía en sus ojos una dureza y una frialdad perfectas para Judas el traidor. Pidió permiso al Duque para pintarlo y se pospuso su ejecución para que sirviese de modelo al maestro. Cuando acabaron el modelo se dirigió a Leonardo preguntándole si no lo reconocía, éste le contestó que no creía haberlo visto antes. El hombre le confesó que era el mismo que había posado para la figura de Jesús. Llorando se lamentó de la deriva que había tomado su vida y exclamó: ¡qué bajo he caído, ayer fui Jesús y hoy soy Judas!
Posiblemente esta curiosa historia no sea más que una leyenda, pero sí que es cierto que Leonardo elegía con especial cuidado a sus modelos y quería que sus caras fueran la expresión de sus almas.